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Así, tal vez el dicho debería cambiarse por una pregunta que
cada uno puede responder en función de sus prioridades: ¿hasta qué punto se
está dispuesto a sacrificar la salud por presumir?
Diversos estudios, así como la propia experiencia de muchas
mujeres, han confirmado que el uso, tanto continuado como esporádico, de
zapatos de tacón excesivamente alto conlleva, como mínimo, dolores en los pies
que son completamente innecesarios.
Esto no significa que haya que eliminar los zapatos de tacón
por completo del armario sino, simplemente, ser conscientes del tipo de zapato
que puede lucirse sin por ello sacrificar la salud.
Ortopedistas y podólogos mencionan que un buen tacón debe
ser ancho y tener, como máximo, 3 centímetros de altitud, aunque lo ideal es
que esa medida se presente en forma de cuña, ya que se amplía completamente la
superficie de apoyo y no se altera en ningún momento la forma natural de la
pisada.
Los problemas a los que probablemente se tenga que hacer
frente de no seguir estos consejos pueden ser relativamente leves, como callos
o durezas plantares, hasta más graves como la aparición de dedos en garra,
problemas articulares o deformaciones óseas, debido a que son las zonas de los
dedos y el antepié las que soportan todo el peso corporal al llevar tacones.
Incluso, y dados los desequilibrios que se pueden llegar a
dar en la biomecánica del pie, los problemas pueden extenderse a la espalda,
que se verá afectada principalmente en la zona cervical y lumbar, lo que podría
conllevar, además de dolor, molestias como mareos o contracturas musculares.
No obstante, y para todas aquellas mujeres que, pese a todo,
no pueden evitar calzarse unos tacones de aguja de vez en cuando, algunas de
las recomendaciones más eficaces para evitar rozaduras y dolores son emplear
algún tipo de plantilla especialmente adaptada al pie o alguna almohadilla para
evitar, no sólo que el pie se deslice hacia la parte delantera sino, también,
conseguir una mejor amortiguación.
Igualmente, y tras su uso, conviene sumergir los pies en
agua tibia e hidratarlos correctamente, además de realizar una visita al
podólogo por si fuera necesario eliminar alguna dureza o evitar daños en los
dedos.
Fuente: Guiaortopedia.com
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