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Todos sabemos la sensación agradable que nos produce un
simple roce o caricia, un abrazo, la mano amiga de una persona cercana, etc.
Pero además de esta sensación, el tacto, el ser tocado, comprende mucho más…
Sabemos que en la piel es la captadora de tal sensación. Que
existen ciertos puntos sensibles al dolor, al frío o al calor. La piel está
íntimamente relacionada con el mecanismo psicológico del individuo, que actúa
como reflejo de las emociones. El rubor que acompaña a la vergüenza, o la
palidez con el miedo nos lo demuestran. El hecho de ser tocado puede
transmitirnos diferentes sensaciones. No son iguales todas las formas de tocar.
El contacto puede ser cariñoso o tierno (como cuando se toca a un bebé),
indiferente (como en algunos actos sociales, que se ofrece la mano sin ningún
interés por la otra persona), iracundo (violencia), sexual (como las caricias
apasionadas que preceden al acto sexual), curativo (como el masaje o la
imposición de manos) etc. Se puede tocar, también, de distintas formas: se
efectúan caricias, abrazos, palmadas, besos...
El contacto físico comunica sin palabras, y se convierte en
la expresión física de nuestra actitud hacia el mundo. ¿No es cierto que un
individuo reservado en su expresión oral, también mostrará cierta reserva en el
momento de tocar o ser tocado?
El tacto calibra nuestra capacidad de amar y ser amados. En
realidad, necesitamos el contacto físico por sí mismo. Es más difícil que nos
engañe otra persona si le mantenemos cogido del brazo o del hombro (como
también han demostrado algunos estudios). De forma que es casi imposible fingir
emociones cuando se toca a alguien, excepto si el receptor quiere ser engañado.
Es imposible tocar con indiferencia mientras decimos que nos importa mucho el receptor,
o tocar sexualmente mientras se manifiesta un sentimiento de amistad. El tacto
simboliza la forma mediante la cual nos relacionamos con la vida, la
experiencia, el amor y la amistad, en fin, con prácticamente todo al nuestro
alrededor.
Así siendo, el masaje se podría contar como una herramienta
más a nuestro alcance para ayudar/mejorar nuestro sentido del tacto. Permitir
que otra persona nos toque el cuerpo para librarnos de alguna molestia o
simplemente para sentir esta placentera sensación de bienestar que una sesión
de masaje puede ofrecer es una muestra más de esta necesidad, de que nos
toquen. No de cualquier manera, sin una finalidad clara. Cuando nos tumbamos en
la camilla de un terapeuta y le permitimos que no manipule el cuerpo, le estamos
diciendo, sin palabras: “pongo mi cuerpo en tus manos”. Y esto es una prueba de
confianza que el terapeuta debe tomar con todo respeto, seriedad y cariño. Dar
un masaje, asumir esta responsabilidad, es nuestra manera, de los terapeutas,
de decir, sin palabras: “haré lo que esté en mis manos”, además de una
declaración de afecto.
Fuente: sobremasajes.blogspot.com
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